jueves, 21 de enero de 2010

PRD: ¿UN HUECO A LA IZQUIERDA?



http://mx.globedia.com/significa-izquierda-mexico


A  Juan Pablo Leyva, al “Máster” Ernesto Araiza, a Camilo Valenzuela, y a todos aquellos que me dijeron al oído que hubo una vez una izquierda en este país…

En México ha perdido fuerza, reconocimiento, capacidad de convocatoria, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que en su origen podía declararse sin ambigüedades “de izquierda”. Y es más llamativo, si se considera  al mismo tiempo que cuando otro partido se proclama “de derecha”, posee un grado de precisión que produce la envidia de quienes desearían poseer tal claridad.
En estos movimientos del PRD, quien ha salido con un saldo negativo es indudablemente la posición de izquierda: su movimiento al centro hace diez años quedó como un repliegue nada táctico. Hoy sus movimientos a la derecha, parecería una retirada. Puede observarse, pues –con satisfacción para unos y con nostalgia comprensible para otros– que México tiene un hueco a la izquierda.
Es un lugar común evocar el papel jugado en la producción de este boquete por la caída del “socialismo realmente existente”. Pero el referente permitía a “la izquierda” autoafirmarse  como no utopistas; lo “realmente existente” de esa izquierda podía suscitar controversias y luchas intestinas, pero se sabía después de todo que había algo que liberaba la acusación de los soñadores. (Los soñadores no construimos pesadillas).
Frente a un mundo –el capitalismo– con una “lógica inherente”, dominado por el afán de ganancia, en algún lugar del planeta se luchaba por modificar esa marcha de otro modo ineluctable. Ser de izquierda, en ese imaginario, era luchar por/con/contra/ el destino. Podía reivindicarse una bandera a nombre de cualquiera y de todos: el universo podía estar inclinado a la izquierda o ser inclinado a la izquierda. Allí donde había una injusticia, donde el imperialismo recrudecía las condiciones de las “clases oprimidas”, allí el ser de izquierda tenía sentido.
Hoy en México, la cuestión aparece con un tono nada heroico.  Y tiene que ver con lo que le ha ocurrido a “la política”. La política se resiente cuando los políticos actúan. El desprestigio de los políticos ha arrastrado tras de sí a la política, de manera que ésta ha perdido la nobleza de su significado originario (la consideración especializada y comprometida con la polis, con nuestro hábitat común). Hoy la política es la sede del contubernio, la intriga, los intereses privados que se embozan en una máscara de preocupación por todos, el chantaje.
Exhausta la política mexicana, parece dominada por “una mala conciencia”, según la expresión de Jankélévitch: esa flama tenue que monta la guardia y de vez en cuando atormenta en las noches de insomnio. La política mexicana ha reunido a su alrededor las imágenes de la polarización, la radicalidad irrazonada, el antidiálogo, la traición, la mentira, el abuso, en suma, todo aquello que suscita desconfianza ciudadana.
Con esta lógica, parecería que nos encaminamos a un país sin izquierda, donde sólo los aceptados, los perredistas, tienen legitimidad para el diálogo, los constructores de la “nueva institucionalidad”, como dicen ahora con ese tono naive e insufrible los estetas de la simulación. Sin embargo, no me parece este escenario que sea ni duradero ni ajustado a las expectativas de la situación nacional.
El PRD no puede permanecer en la posición de izquierda si en su funcionamiento extirpa lo que le da identidad. Dirán que en realidad se trata de conferirle una nueva dimensión, de entender la política como el ámbito del diálogo y del entendimiento y para ello hay que renunciar a los viejos códigos. Puede ser, pero hoy entre los políticos mexicanos, dialogar es el nuevo eufemismo de “transar”, con todas las connotaciones que posee nuestro universo cultural (y que, por supuesto, no son gratuitas).
La nueva construcción semántica a la que aspira el PRD requiere una respuesta al por qué renegar ser de izquierda, qué tiene serlo. ¿Por qué los ciudadanos debíamos confiar en esta fuerza política que se dice “de izquierda”, que perjura, que excluye y se mueve a la derecha, que entra en componendas con el gobierno de dudosa legitimidad.
¿Cómo debe ser, desde el punto de vista del PRD, el estado mexicano hoy? No basta decir con ojos iluminados ¡democracia! Porque ello no establece la diferencia con su opuesto. ¿Cómo debe, según el PRD, “actuar” el estado frente a su profunda descomposición? Y para ello no basta tampoco “el imperio de la ley” ni honestidad ni probidad, ni siquiera el compromiso con los desfavorecidos. Aquí se espera una izquierda técnica y políticamente competente para, conservando la diferencia, construir la posición que permita auto-describirse apropiadamente a los retos que tenemos como nación. 
Más aún, cómo van a sacar al país del atolladero, para lo cual, evidentemente, no basta un nuevo modelo económico ni las alegorías de la soberanía sustentada en la petrolización del imaginario social. La pregunta es ¿cómo el PRD va a reconstruir la historia de una sociedad simbólica y materialmente destruida cada vez más?
Si hoy, hay un hueco a la izquierda para empezar, el desprestigio de la política al seguir acompañando a los políticos, está carcomiendo el futuro no sólo de la izquierda, sino del sistema político en su conjunto: un juego de suma-cero, donde todos perdemos. La vida pública del país está sedienta de nuevos sentidos, y los ciudadanos mexicanos no esperaremos una revolución semántica que se encargue de recoger con eufemismos los despojos de nuestro país.


La derrota de Obama en el Senado


Pocas veces la elección de un senador de Estados Unidos capta tanta atención como la que ha generado el triunfo del republicano Scott Brown en la elección extraordinaria de Massachussets. Y es tan importante porque la decisión de los electores, que Barack Obama mismo identificó hoy como de enojo, de rabia, por la situación que se vive en ese país, hace que el Partido Demócrata pierda la mayoría que le garantizaba aprobar con relativa facilidad proyectos de ley en el Senado.
Lo que es más grave, genera una situación de mucha fragilidad que, no lo dudemos, hará las cosas más difíciles para Obama y en general para cualquier proyecto que implique cambios en Estados Unidos.
            Fue, en muchos sentidos, un golpe seco que los electores de Massachussets dieron a Obama y su gobierno, por las muchas promesas hechas en el contexto de la llamada Revolución de la Esperanza de 2008-9, pero también porque una vez en el poder las cosas no han caminado como se esperaba.
            La campaña de los republicanos en Massachussets, con un oscuro senador local como su abanderado, estuvo lejos de ser brillante. Ganaron con los mismos temores con los que los republicanos han anulado a los demócratas en otras ocasiones: miedo a más impuestos, miedo a los extranjeros, miedo a asumir un rol demasiado protagónico en el mundo, a pesar de que George Bush haya sido culpable de la más importante movilización de tropas de Estados Unidos desde la segunda Guerra Mundial y miedo, sobre todo, a un sistema de seguridad social que verdaderamente acoja y proteja a todos los estadunidenses.
            Es una lástima. Obama deberá remar contra la corriente y no será fácil porque su propio partido no tiene claro qué hacer, qué ofrecer, cómo ganar, como lo demostró la campaña de la demócrata Martha Oakley que muy tarde comprendió el carácter verdaderamente nacional de esta elección, y sólo al final invitó a Obama y a otros políticos demócratas a que la ayudaran en esta elección.
            Por lo pronto, está claro que la reforma del sistema de salud, que es muy importante para muchas familias de mexicanos que viven en Estados Unidos, o tendrá que ser replanteada y peleada desde la Cámara de Representantes, o simplemente tendrá que ser archivada para una mejor ocasión que, dadas las condiciones de la economía de Estados Unidos es difícil imaginar, pues son crisis como la que se vive todavía allá las que impulsan las grandes reformas que remedian este tipo de problemas.
            Algo que es importante pensar también, desde México, es que dado el carácter bipartidista de la política estadunidense, la única manera en que los electores podían protestar contra los errores de Obama y su partido era con un voto por el partido que los metió en este tipo de problemas. Pensemos en esto al momento de decidir sobre la actual propuesta de reforma política que tiene, como uno de sus riesgos, el de alentar el bipartidismo.

lunes, 18 de enero de 2010

Carta al periodista Federico Arreola



La campaña ciudadana en Facebook contra Calderón sí le hace daño. No sólo a su imagen, sino a la institución y a su legitimidad. Hoy la presidencia sí se toca, con argumentos y críticas como sucede en las democracias decentes. Internet nos da esa herramienta para abrir caminos de expresión ciudadana al mundo que antes habían estado coartados en el espacio público.
Van mas de 200 mil expresiones de descontento. La promesa del millón se vuelve simbólica y es significativa. Que no lleguemos al millón, resulta irrelevante a estas alturas. Pues sólo una mirada tan estrecha y obnubilada puede sostener que este ejercicio cívico resulta estéril e improductivo, que “no sirve para nada”.
Primero, hay que decirle que, de manera auténticamente libre y espontánea, se ha logrado un número de adhesiones superior al tiraje de los medios en los que usted mismo escribe; se ha logrado un número superior al que puede reunir el mejor aparato institucional para apoyar a los políticos en campaña; se ha alcanzado un número superior a los obtenidos por las encuestas de los medios de comunicación para evaluar al gobierno.
 En segundo lugar, usted asume que todos somos de izquierda. Si fuese más riguroso en sus investigaciones, se hubiese dado cuenta de que esta campaña ciudadana ha logrado incorporar a personas de todas las ideologías, incluso respetables académicos y jóvenes panistas militantes. Somos ciudadanos libres en ejercicio de nuestro derecho a manifestar nuestra opinión sobre quien nos gobierna, independientemente de nuestras preferencias ideológicas. Una cuestión de gran relevancia y valor que alivia un poco nuestra democracia tan desmejorada por la depredación político-partidista y empresarial. Ningún partido político que se hubiese propuesto “organizarnos” habría logrado que con tanta espontaneidad y libertad se manifestaran sus seguidores.
Tercero, su análisis resulta poco complejo para el trasfondo de este hecho  por las implicaciones que conlleva.  Sus deducciones de que la renuncia de Calderón, crearía inestabilidad y violencia, porque no está preparado nuestro sistema político, hacen pensar que usted vive en otro país donde le pagan un sueldo que satisface sobradamente sus necesidades y puede caminar tranquilamente por la calle. Pero el grueso de los mexicanos ya vivimos en constante inestabilidad y violencia y en precariedad económica. Asómese a Tijuana o a Ciudad Juárez. Dese una vueltecita por La Montaña, Guerrero, vuelva a visitar Chiapas. ¿Que la violencia no es política, sino de narcotraficantes e indígenas revoltosos? Las causas son políticas.
El grueso de los mexicanos no tenemos un trabajo bien remunerado o simplemente no tenemos.  No gozamos de prestaciones, ni nos pagan la niñera ni la comida como al poder judicial. No nos dan aguinaldos de 300mil pesos, como al poder legislativo. Nadie en el poder representa nuestras demandas. ¿Y usted intenta asustarnos de que podemos estar peor? No señor,  México no sólo vive en constante violencia e inestabilidad, vive también en injustica: no puede olvidar usted el asesinato de Luis Donaldo Colosio, aún impune; ni olvidar a Salinas de Gortari que vive con la certeza de que nunca un presidente irá a juicio;  no puede olvidar el estallido zapatista, que después de tres años de su aparición advirtieron que jamás dejarían las armas “porque vivimos en guerra”.  Y si su memoria es tan frágil, revise el número de ejecutados que van en este año en las ciudades del norte, muchos menores de edad y mujeres. O revise el número de muertos de los que prefieren la salida, los que emigran, porque ya perdieron la esperanza de ser escuchados.
Ya no nos asustan con sus análisis de tragedias o que el narcotráfico va a hacer de las suyas. Todo esto ya está pasando,  señor Arreola, entérese.  Y  le corrijo con todo respeto: el país no es el ingobernable, sino la elite político-empresarial. Desde hace tiempo vivimos en un país con una elite ingobernable formada por políticos, narcotraficantes y empresarios. Y una elite sin ningún control ciudadano es el mayor peligro para una democracia.
México, como usted bien sabe, es uno de los estados más caros en términos comparativos en el mundo y de menor calidad en sus servicios. Y ahora también uno de los más peligrosos.
Por último, señor Arreola, si fuese tan irrelevante esta campaña, “que no sirve para nada”, me pregunto ¿por qué se tomó usted la molestia en reflexionar sobre ella? Usted mismo es la prueba contundente de que sí logramos ocupar un espacio en la arena de los medios. Gracias por contribuir.



domingo, 17 de enero de 2010

La universidad en México


El debate nº 15, con Elizabeth Romero y Mauricio Saez de Nanclares, presentados por Ismael Carvallo.
 

Desde una perspectiva generalísima, la Universidad puede ser considerada como la caja de resonancia de "la vida del Estado". En el México del siglo XX pueden dibujarse tres grandes bloques en función de dos años clave: 1938 y 1968. En el primer bloque (hasta 1938), la universidad en México se organiza fundamentalmente como institución pública. En el segundo bloque (hasta 1968), lo hace como fruto de proyectos privados y empresariales. En el tercer bloque (de 1968 a la fecha), vuelve a tener lugar un impulso notable a la universidad pública. Esto es, entre otras cosas, de lo que hablan nuestros invitados de Plaza de Armas.